lunes, 26 de febrero de 2007

Se cumple medio siglo de la huelga de La Camocha


La Camocha, una leyenda con historia

Se cumple medio siglo de la huelga de 9 días en el pozo gijonés que desafió al franquismo, considerada el mito fundacional del sindicato Comisiones Obreras. En enero de 1957 un falangista conocido, un comunista clandestino, un militante católico, un socialista de corazón y un minero sin ideología declarada plantaron durante nueve días cara a la dictadura franquista. Su acción, con el respaldo de casi 1.500 trabajadores de La Camocha, dio origen a un mito: la mina gijonesa fue la cuna de Comisiones Obreras.De aquel conflicto se acaban de cumplir 50 años. En estas cinco décadas la leyenda creció alimentada por la literatura de la resistencia. Protagonistas y estudiosos coinciden en calificar aquellos hechos de «mito fundacional» del sindicato. Pero también comparten que aquella leyenda tiene su historia. Y muchos nombres propios.

Casimiro Bayón González es uno de ellos. Nacido en 1925 en La Foyaca (Langreo), se trasladó, como tantos otros mineros de las Cuencas, a trabajar a La Camocha, emergente explotación hullera de la posguerra. Era trabajador, considerado como buen compañero y con dotes de liderazgo. Además, desde 1950 era militante comunista.En 1956, el PCE le responsabilizó de canalizar la lucha antifranquista en La Camocha. Y en enero de 1957 se presentó la ocasión. «Yo era activo, no estaba fichado y se daban las condiciones necesarias para dar un paso al frente», recuerda Casimiro Bayón en conversación telefónica desde su casa en Campello (Alicante), donde reside desde 1984.La posguerra asturiana había sido especialmente cruel y larga. La dura epresión y los «fugaos» en el monte retrasaron la articulación de una oposición sindical y política que plantase cara al franquismo. Antes de 1957, ya se habían generado conflictos laborales, con huelgas de brazos caídos y con algún resultado exitoso.Pero en La Camocha de enero de 1957 se daban las condiciones necesarias para articular una respuesta más sólida. Las demandas de los silicóticos, las quejas por el trabajo en las galerías anegadas por el agua y el desacuerdo con el precio de los destajos desencadenó el pulso con la dirección de Solvay, propietaria de la explotación gijonesa.Los mineros, sus familias y los habitantes de la parroquia gijonesa de Vega, asentados en un hábitat social con sólidos mecanismos de solidaridad, hicieron el resto al respaldar las demandas laborales.

La dirección del PCE apostó por la creación de comisiones de trabajadores como mecanismos de interlocución en los conflictos laborales, que orillasen al sindicalismo vertical franquista. Era su estrategia. Los precedentes de Jerez, Vizcaya y Asturias respaldaban esta fórmula.Y ahí es donde Casimiro Bayón toma las riendas. En enero de 1957 se crea la comisión de La Camocha para negociar las demandas de los mineros, en la que se integran trabajadores de prestigio. Es decir, honrados, cumplidores en el tajo y con capacidad de mando. Bayón compartió ese liderazgo con Gerardo Tenreiro, un falangista gallego que combatió con la División Azul, y con Pedro Galache, un minero sin adscripción ideológica conocida, «pero buen orador y mejor persona», recuerda Bayón. Los historiadores sitúan también a otros dos trabajadores como integrantes de esta comisión. Se trata de un miembro de las Juventudes Obreras Católicas (JOC) identificado como Francisco «El Quicu» y otro joven minero, del que se desconoce su identidad, y considerado un socialista sin carné. «Nos tenían como gente formal, seriay trabajadora, con prestigio», puntualiza Bayón, «Tenreiro era más voceras,pero daba la cara; Galache, un hombre sensato, con formación y con muchísimo prestigio».

Aquella «comisión obrera» negoció durante nueve días las mejoras laborales te representantes de la empresa y del Gobierno civil. «Trataron de romper la huelga, diciendo que era política, cosa de los comunistas, pero la gente no se echó para atrás y todos aguantamos», rememora Bayón.Al que menos gustaron aquellas acusaciones de comunista fueron al divisionario Gerardo Tenreiro. Ante los directivos de La Camocha y los representantes del Gobierno, el falangista gallego se desabrochó la camisa y mostró las heridas de guerra. «Y les espetó que cómo le podían acusar de comunista a él que había ido a luchar con los nazis en la ofensiva contra laUnión Soviética», recuerda Casimiro Bayón.Aquella escena protagonizada por el falangista Tenreiro fue un salvoconducto para el movimiento huelguista de La Camocha. En conflictos posteriores, como las huelgas de 1962, la presencia de personas vinculadas al franquismo y militantes cristianos en las comisiones de obreros fue un blindaje de cara a la interlocución con empresarios y autoridades de la dictadura.La huelga fue un éxito y eso abrió las puertas al mito.

Tras nueve días de paro, las demandas fueron atendidas. ¿Por qué cedieron? «Porque temían que se encendiese la chispa y hubiese más conflictos, pero en otras circunstancias no hubiesen cedido», argumenta Casimiro Bayón.Los principales estudiosos del movimiento obrero asturiano identifican otros factores que contribuyeron al triunfo del conflicto de La Camocha: una cultura de resistencia, una nueva generación de mineros jóvenes que se incorporan a la lucha antifranquista (unos de izquierdas, otros de organizaciones católicas), una actitud «flexible» de la empresa ante eldiálogo, la presencia de directivos y técnicos (el ingeniero jefe Jesús Rivas Batalla o el jefe de personal Laudelino Salgado) que abrieron las puertas a trabajadores fichados por su militancia política o sindical, y la existencia de fuertes lazos sociales en la parroquia de Vega, que incluso se extendía a los guardias civiles y sus familias.Rubén Vega, uno de los historiadores que con más detalle ha estudiado el movimiento obrero asturiano, considera que «tiene un cierto sentido que se haya escogido La Camocha como el mito fundacional de Comisiones Obreras, pero sus promotores nunca hubieran pensado ni en el mayor de sus delirios que hubiesen fundado un sindicato».

Secretaría de Comunicación del PCE.

25 de febrero de 2007.

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