martes, 31 de julio de 2007
A Manuel Amor Deus, histórico dirigente de CC.OO
Artículo publicado en Madrid Sindical:
Eduardo Saborido, militante histórico del sindicato y uno de los condenados por el proceso 1001 ha escrito un artículo dedicado a Amor Deus, histórico dirigente de las Comisiones Obreras gallegas fallecido el pasado 26 de junio, con el que compartió celda en la cárcel de Carabanchel. Por su interés lo reproducimos aquí.
Manolo, ¿te acuerdas?...Hacía un calor casi asfixiante, pegajoso, estábamos los dos sentados en las dos camas de a cuerpo, frente a frente, en calzoncillos y con los pies metidos cada uno en un cubo con agua del grifo para mitigar el calor. Era una noche del verano del 75 en una celda de la cárcel de Carabanchel.
Estábamos charlando de nuestras cosas y yo te pregunté: “Y tú, Manolo, ¿Cómo se te ocurrió entrar en el Partido Comunista y en CC.OO.?”. Me contestaste: “Eduardo, eso me costó mucho trabajo, como te puedes imaginar, pues a mí, entonces, en plena juventud , lo que me gustaba de verdad eran las chavalas, tomar vinos, divertirme con los amigos y jugar al fútbol; yo era un informal en muchas cosas, huía de la disciplina y muchas noches me iba con una rondalla a la que pertenecía, a tocar y cantar a las niñas, así que figúrate cómo me sonaba a mí eso de entrar en el Partido Comunista.
Pero mira por donde, en los Astilleros de la Bazán donde trabajaba, conocí a un compañero, se llamaba Miguel, estaba ya casado, pero era un luchador nato muy persuasivo, con un habla especial que cautivaba, ayudaba al amigo, protestón como él solo, la empresa lo tenía entre ceja y ceja.Este Miguel, me hablaba y me enganchaba de vez en cuando para ir a reuniones y asambleas, alguna vez me llevó a tirar octavillas subversivas y estuvimos a punto de que nos detuviese la Guardia Civil. Yo me zafaba como podía y volvía a mi juego y diversiones, se me olvidaban las citas con él y esto lo sacaba de quicio.
Pero un día, ocurrió un hecho que me lo cambió todo. Había un petrolero grande de reparación en la grada del astillero y sin saber cómo se prendió fuego. Sonó la alarma y como otras veces, se pararon los talleres y acudimos todos por si hacía falta una ayuda. Unos trabajadores estaban limpiando la inmensa bodega por dentro y el fuego empezó en las vigas de madera del techo. Acudió en auxilio el retén de bomberos de la empresa que era minúsculo y muchos trabajadores se agolparon alrededor de la escotilla. Por experiencia, se sabía que tenían que salir deprisa, porque el gas carbónico que desprendía la madera en combustión más el gas que emanaba de los restos del petróleo acumulado en el fondo de la bodega, junto con lo que se desprendía del detergente que se estaba utilizando para la limpieza, todo esto, era casi fulminante.
Según me contaron después, dos trabajadores lograron salir a duras penas, pegando gritos. Los otros que quedaban, al subir por la escalerilla, fueron cayendo uno tras otro desmayados al fondo de aquella panza infernal, que se había ido llenando de agua de las mangueras. O ahogados por los gases o ahogados por el agua, esa era la trampa mortal de aquel trabajo.
Entró un bombero al rescate por la escotilla, aunque en estos casos tan peligroso estaba prohibido, pasaron segundos interminables y no salía, sólo se oían algunos jadeos al fondo. Nadie se atrevía a entrar. En silencio, unos a otros se agarraban tensamente. Sólo uno, rompiendo aquel cerco se atrevió, era Miguel, tiró escotilla abajo a lo que saliera, y entonces llegué yo jadeando por la carrera, empecé a llamarlo, y no obtuve respuesta. ¡Eduardo, tenía que entrar a por él! ¿Cómo no le iba a echar una mano a mi amigo?¡Podía morir!. Los compañeros me agarraban por los brazos, hasta por los pelos, pero yo forcejeando logré zafarme y bajé el primer tramo de la escalerilla.
A través del denso humo que me rodeaba, lo pude ver en el primer rellano, agarrado a la baranda, semiinconsciente. Me fui a por él, lo cargué a hombros como pude y traté de subir hacia la superficie. Conforme iba subiendo, me iba mareando, me faltaba el aire, hice un esfuerzo último desesperado y perdí el conocimiento.No te lo puedes imaginar. Volví en sí con el calor de unos labios de hombre sobre los míos y sentí entrar aire caliente en mis pulmones. ¡Joder, me había salvado!...pero,... ¿Y Miguel?, pregunté: Mis compañeros con caras pálidas de susto me lo dijeron: Nada se había podido hacer...
Días más tarde, y dándome vueltas lo sucedido, sin poder dormir, tomé una decisión: sustituir a Miguel, dando quizás el más importante paso de mi vida”.Manolo, ¿te acuerdas?...ese final me lo contaste de un tirón, casi sin respiro. Después te quedaste callado de golpe, nos quedamos los dos en silencio, nos miramos los pies en el cubo, y con cuidado para no mojar las sábanas, nos tumbamos en las camas mirando al techo. Estábamos en la celda número 176 de la tercera galería. Yo, cumpliendo cárcel por el Proceso 1001, tú cumpliéndola por el famoso Proceso de la Bazán de El Ferrol.
Después, Manolo, te pusieron en libertad en el año 76, más tarde que a otros porque lo tuyo era por lo militar, la Bazán era una fábrica militarizada. Al poco de salir, ya te llamaron para volver a empujar y encabezar movilizaciones reclamando la amnistía total y la libertad.
Ésta llegó y votaste por primera vez libremente el 15 de junio de 1977, ¡¿Qué gozada, verdad?!, aunque nuestro partido no sacó muchos escaños y nos dejó un poso profundo de rabia y decepción, pero pensamos que ya vendría la próxima. En aquel año se consiguió la amnistía total por fin, en octubre, la laboral también, podíamos volver al trabajo, y seguiste empujando, esta vez con la Constitución democrática que se consiguió en el 78. En paralelo a todo ello, Manolo Titán, te dedicaste a levantar el sindicato en Galicia y a coordinarlo con toda España.
¿En cuántas huelgas y manifestaciones estuviste? Pero, ¿y las reuniones?¿en cuántas?. De algunas de ellas, interminables, salíamos tan cansados, que después de cenar en algún restaurante barato de Madrid (las dietas de CC.OO. no daban para más), nos tomábamos algún que otro cubata, y ya más entonados, unas veces con el camarada Cámara, o con Juanín, alguna con el López Bulla, más conocido por nosotros como el “escabulla”, por lo bien que a veces toreaba las situaciones difíciles. ¿Te acuerdas que una vez nos llevó a comer cangrejos de río y los dejamos con cara de asco porque parecían curianas?...
...Paseábamos las calles nocturnas de Madrid, camino de la pensión inmunda “Buelta”, a la que llamábamos de guasa el “Buelta Hilton”. Íbamos canturreando canciones de Galicia (qué bien, se te daba, Manolo) o coplas de rondalla, que eran más fáciles para cantarlas juntos. Algunos viandantes se quedaban mirándonos, seguramente pensando “¿a dónde irán estos pájaros cantores?...”.
Construiste el sindicato, en Galicia y en España, y cuando lo dejaste, ya andaba solo, fuerte y representativo, y ahí sigue...
Manolo, nadie sabrá nunca cuántos remojos de pies y cuántas canciones te costó.
Sevilla, 16 de julio de 2007.
Eduardo Saborido.
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